Sabemos que la ética y la moral son valores que deben existir en la práctica docente. Sin embargo, cabe hacernos las siguientes preguntas: ¿Qué entendemos por ética y moral?, ¿cómo ponerlo en práctica?, ¿cómo transcender estas prácticas hacia nuestros alumnos?, ¿cómo ser coherentes en nuestro discurso y acciones educativas?, ¿hasta dónde debe llegar el nivel de compromiso docente?, ¿hasta dónde llega realmente? y la lista puede llegar a ser infinita. Al tratar de dar respuesta a estas interrogantes nos encontramos con la idea de la concepción del docente como un ser humano involucrado en el proceso enseñanza – aprendizaje, que debe tener un alto sentido del “deber ser” (ético) y del “deber hacer” (moral) ante sus educandos, para generar confianza y cumplir la loable labor de formar las mujeres y hombres del mañana en este mundo complejo, incierto y plagado de desigualdades.
Hoy en día la figura del docente ha ido en franco decaimiento tal vez por los cambios sociales, económicos e inclusive tecnológicos que se han suscitado en el tiempo. Todo esto, hace menester replantearnos el papel del docente desde la ética y la moral, para empezar a redescubrirse como actor principal de los cambios sociales que estamos enfrentando y que, además, necesitamos. Creemos que el docente ha sido y seguirá siendo un guía de seres humanos que, como se mencionó antes, tiene una responsabilidad ética y moral, en su ejercicio profesional, que se extiende hacia aquellos que se están formando.
Frecuentemente,
los sistemas educativos se centran en el desarrollo de habilidades técnicas y
ciertas destrezas en los estudiantes con el fin presupuesto de prepararlos para
la vida profesional. Sin embargo, la educación tiene una responsabilidad que va
más allá de la simple instrucción de ciertos conocimientos y, es la formación
de ciudadanos, de las personas del mañana. Por esta razón, es imperativo que se
incorporen, mejor dicho, se retomen o replanteen valores éticos y morales en la
educación y, que esto redunde en la construcción de sociedades más justas.
Obviamente, la raíz reside en la concepción que debemos tener los docentes
sobre la ética y la moral. Por esta razón, hemos tratado de definir qué es la
ética y la moral.
Al revisar
las definiciones de ética, encontramos una cantidad ilimitada de enunciados que
tienen aspectos en común como; ciencia, estudio filosófico, conducta humana,
actos libres, filosofía de valores morales, rectitud, entre otros. Estos
aspectos son importantes a considerar en el entendimiento de la ética. Coincidimos
con algunos autores en precisar la ética como el estudio racional y sistemático
de las acciones libres (voluntarias) del ser humano, desde el enfoque
(universal) del bien. Sin embargo, tal como lo señala Correa (2015), la ética
analiza o juzga actos concretos de las personas, pero no juzga a las personas
es decir, analiza al hecho y no a la persona que lo realizó
Como
vimos en la definición anterior, la ética tiene un enfoque universal, a pesar
de ello, el debate ético, hoy en día, ha resultado en una gran variedad de
posiciones muchas de ellas opuestas entre sí. Algunos autores atribuyen este
hecho, entre otras cosas, a la libertad de pensamiento trayendo como
consecuencia que no hay verdades éticas universales.
La
moralidad tampoco escapa de esta transformación. Entendemos a la moralidad como
todos esos actos o decisiones que toma el docente basado en los principios
subconscientes fijados de acuerdo a su entorno social y su formación académica.
Entonces, ¿qué sucede hoy en día con la moral? Hemos observado que muchos
principios morales como la responsabilidad, la equidad, la puntualidad, la
tolerancia, etc., que caracterizan la práctica docente, han venido mermando de
forma importante en los últimos años. Según Ramírez (2000), las exiguas
remuneraciones y condiciones de trabajo adversas han creado un clima alrededor
del docente que contribuye a generar altos niveles de desmotivación,
repercutiendo de manera inmediata en su quehacer profesional.
Ahora
bien, no sólo el maestro sino también el alumno y por supuesto la interacción
alumno – maestro, tienen un destacado papel en la formación de ciudadanos y su
desarrollo moral. La educación, independientemente del área de conocimiento que
se pretende formar, debe retomar su concepción originaria sobre los valores: morales
en el reconocimiento del “qué debe hacerse” y éticos sobre el “porqué se debe
hacer”. Indudablemente, se trata de la formación de personas en principios para
la convivencia en su entorno social. Se trata de la oportunidad para que la práctica
docente tematice las relaciones personales sobre la filosofía entendida como la
ética de explicación y sentido a la moralidad.
Lo
antes expuesto permite reflexionar si, las ideas sobre la ética de los docentes
tienen relación con su práctica. Se debe hacer el esfuerzo por concientizar en
los profesores en su acción pedagógica sobre el papel que juega la moralidad
por cuanto a través de esta se puede propiciar un sentido ético renovado para
los alumnos. Según Suarez y col. (2016) “las concepciones del maestro sobre la
ética y su relación con la practica docente son el lugar y la condición de
posibilidad de una educación para la ciudadanía”.
El rol
que el profesorado ha desempeñado dentro de las sociedades ha marcado rotundos
cambios y reflexiones frente al sistema educativo, y debe seguir siendo así.
Pérez (2012), asevera que la labor del docente va más allá de la reproducción
de conocimientos; es decir, es el encargado de guiar a los educandos durante
todo su proceso de enseñanza – aprendizaje, pero sobre todo es quien facilita
la construcción de su proyecto de vida hacia el saber (Pérez-Gómez, 2012).
Los
daños colaterales de la modernidad han complejizado progresivamente las
prácticas educativas en el mundo globalizado, mediatizado por las tecnologías
lo cual conlleva a reflexionar sobre las necesidades educativas desde un
enfoque inclusivo, diverso e intercultural.
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